«¡Yo nunca haré eso!»

Da igual el tipo de persona que fueras antes de consumir y la sensatez que tuvieras, porque cuando enfermas vas volviéndote arrogante y muy prepotente. Tu mente ya no es tu mente, ahora pertenece al alcohol.

Comienzas a pensar de una forma muy diferente. Crees que lo tienes todo dominado y controlado. La idea de acabar derrotado por la botella te parece muy lejana, incluso te atreves a pensar que eso sólo le sucede a los débiles, a los que no tienen aguante, o a los que no saben beber.

No te das cuenta y, siendo ya uno de esos, sigues creyéndote tu propia mentira. Con una enorme seguridad piensas que a ti te pasará o que nunca acabarás mal por culpa del alcohol.

Para ello presumirás de saber beber y controlar, intentarás aparentar que eres fuerte y menosprecias, e incluso te jactas, cuando vez personas que visiblemente están tocadas por el alcohol.

Es una sensación paradójica, porque los ves mal y tienes compasión por ellos pero a la vez te sientes tan seguro que no imaginas que puedes acabar de esa manera o peor.

Al final, no hay ningún alcohólico que pueda vencer la batalla final a la botella. Ésta es paciente, y tarde o temprano te consumirá y hará de ti lo que quiera. Y toda esa falsa seguridad y fortaleza de la que hacías gala acabará como el resto de enfermos cuando ya empiezan a tocar fondo y descienden a los infiernos: Perdiendo la autoestima y dejándote la dignidad por las barras de los bares.

Ese «yo nunca seré así» se convertirá en un «nunca imaginaba que me pudiera suceder».

Es muy importante ver como el alcohólico no es nada humilde hasta que se ve con el agua en el cuello o …superado.

El alcohol no sólo altera nuestras conductas y nos va deteriorando lentamente, sino que nos engaña para que creamos que eso no nos sucede.

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