«… ya no te puedo acompañar en este viaje.»

El camino de la autodestrucción del alcohol y las drogas, más que un viaje se convierte en una auténtica odisea.

¿Qué ya no nos pueden seguir acompañando en este viaje? ¡Lógico!

Un viaje de distanciamiento de la realidad, de irresponsabilidad, de sendas plenas de amargura y tortura, de frustración y desilusión donde nuestros únicos compañeros son el conflicto y la rendición.

Puede que rece el refrán que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, pero con el alcoholismo se cumple la excepción. Dura cien …¡Y mil!

El alcoholismo no desaparece con el tiempo ni mucho menos se arregla solo. El alcoholismo no sólo lo sufre quién lo padece, sino que deja huella y herencia: todos los que de alguna manera están vinculados al enfermo, acaban por absorber su enfermedad y enferman también.

La «huella y herencia» puede ser, como la sombra de los cipreses, muy alargada. Puede repercutir generacionalmente.

No es un viaje que desde luego apetezca acompañarnos. Por mucho que nos quieran, nos amen, nos adoren e idolatren … al final esa maleta en forma de botella acabará por ahuyentar a todos consiguiendo, a pesar de su tristeza e impotencia, nos dejen proseguir solos si no queremos evitar emprenderlo.

Así de cruel y duro es, así de real: Un viaje a ninguna parte

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