Ni vivir de noche, ni vivir de día.
Derrotado por el alcohol, sea en el escenario que fuere: consumo prolongado y frecuente, años de consumo, episodios de abuso o pérdidas de control, es un sinvivir perpetúo. Una condena que a veces no da ni tiempo a pasar la factura.
Una de las conductas que más rabia despierta en los demás es la el humor jocoso y esa presunción jactándonos de tener mucha experiencia o vivir con mucha intensidad.
Un alcohólico sólo tiene experiencia … alcohólica. Su mundo, ese mundo en que deambula sin sentido, es un mundo de esperpentos, personajes surrealistas, y situaciones absurdas y confusas fruto de una mente dispersa e intoxicada.
Retomando el «jactarse de saber vivir», presumimos de vivir la noche a tope. Nos mentimos diciéndonos «carpe diem», y al la mañana siguiente puede que «el carpe» prosiga, pero el «diem» … desaparece por completo.
No seamos tan arrogantes y espabilados, prepotentes y desafiantes, presumiendo que nosotros (los enfermos alcohólicos) sí que sabemos vivir por que vivimos la noche y el día, ya que esa es la gran mentira del alcohol y de quién lo necesita y depende de él.
De noche no vivimos, existimos. Sólo aprovechamos el escaso período del efecto de subida y desinhibicion de las primeras horas del consumo. Luego, todo ya es difuminado.
De día … ¿Qué día? Si hemos vivido esas noches que nos imaginamos tan gloriosas y no han sido más que un cúmulo de despropósitos, ¡Qué vamos a vivir! Como mucho, dormir la mona o resaca y en su defecto, sino es así, torturamos por el remordimiento de ella.