Vivir al borde del abismo, siempre en el límite.
Esa es la analogía perfecta, la del titular, para describir al bebedor de riesgo: siempre cerca o rozando el límite con una gran probabilidad de que acabes cayendo.
¿Qué es un bebedor de riesgo?
¡No lo sé exactamente!
Con tantas etiquetas que nos ponemos los bebedores, yo ya me he confundido.
Es obvio y se entiende que se deben referir, al hablar de bebedores de riesgo, a aquellos que por cantidades excesivas, por continua frecuencia de consumo, por el mismo prolongado durante años y con larga trayectoria, o episodios varios de abuso y pérdida de control. Pero bueno, que sigo sin verlo como una definición clara y concisa sino más bien «otra» forma más de desinformar y confundir.
Vivir al límite, cuando se trata de alcohol aunque todavía no hayas enfermado, es una vida de mierda y perdida. Vives pendiente de por y para el consumo. Éste se convierte en tu mayor prioridad. El riesgo no es en ocasiones, sino permanente.
No sólo tú estás al filo, sino aunque no lo veas poco a poco estás arrastrando a los demás contigo a otro abismo: el de la impotencia y desesperación.
No hace falta enfermar o tener consecuencias dramáticas o trágicas para arruinar tu vida por culpa del consumo del alcohol. Basta con qué no seas consciente de tu situación por culpa de beberlo y el tiempo … ya hará el resto.
Es una suerte y un privilegio tener la oportunidad de rectificar o recular sin haber enfermado todavía porque además de ser mucho más fácil, tienes tiempo de solucionar muchas cosas.
Por eso, ese «vivir al límite» con la botella es absurdo.
El beber debe ser un placer. Nunca convertirse en una necesidad.