Víctima y verdugo

¿Os imagináis vivir décadas sumidos en el caos, desorden, conflicto y mentiras?

Pues así es la vida de un enfermo alcohólico. Un enfermo que a la vez, se convierte en «enfermador».

Esta existencia insostenible de aquel que vive para y por el consumo, arrastra y asola con todo lo de su alrededor. ¡Todo! Desde su infancia cuando se inicia en los consumos y comienza con sus episodios de abuso o falta de control hasta que decide parar, si es que lo hace.

Mucha gente va cayendo y enfermando a su alrededor. Esta es la pura y dura realidad del alcoholismo: una enfermedad colectiva. Enferma uno, caen los otros cuales fichas de dominó.

Porque uno no enferma de un día para otro, sino que es un proceso lento pero muy destructivo. Mientras se va enfermando se puede sobrevivir en la normalidad (casarse, tener hijos, trabajo, entorno y relaciones sociales, etc.)

La enfermedad te lleva a vivir dos vidas paralelas, y al pasar tan desapercibida y camuflada hasta que no se acentúa, cuando se detecta o delata ya hay muchos que han pasado por tu vida o siguen permaneciendo junto a ti.

Es cierto que te vuelves víctima al pensar, como todos pensábamos, que controlábamos y a nosotros nunca nos iba a suceder. Pero también lo es que vas dejando, por tus comportamientos y conductas, una estela de coodependientes y personas que te quieren afectadas por tu situación, incluso llegando a enfermar ellas también.

Por eso, te conviertes en verdugo: No sólo te autodestruyes, sino que te llevas por delante a otros.

Soy un gran defensor de este enfoque y perspectiva porque a veces, intentamos comenzar la casa por el tejado intentando solucionar lo de fuera sin sanar lo de dentro.

Con el alcoholismo sólo hay una alternativa para solucionar la huella que hemos dejado: primero ponerse bien uno. después, cuando uno está bien y se va recuperando, puede que los demás (los que cayeron indirectamente) también se recuperen.

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