Una cosa es pretender ayudar y otra saber hacerlo.

Los seguidores asiduos de esta página ya saben que siempre escribo para tres poblaciones muy diferentes: Los enfermos alcohólicos, los qué beben y corren el riesgo de enfermar, y para los familiares.

Voy variando según la temática que quiero trasmitir y estoy de parte de todos y de parte de ninguno.

Lo hago porque personalmente he pasado por los tres estadios y me es fácil conocer cómo pensamos en cada momento.

En el caso de los familiares, existen síntomas adyacentes o efectos colaterales en los que la enfermedad del alcoholismo de otro les ha hecho enfermar a ellos. Eso es lo que llamamos codependencia.

En este caso, cuando así sucede, desaparece la objetividad para dar paso a la subjetividad, y de este modo es muy complicado poder ayudar.

La intención puede que sea la más buena del mundo, sin embargo el odio, el rencor, la rabia e ira acumulada pueden convertirse en malos aliados para ayudar al enfermo a, como mínimo, hacer su programa en paz.

Quién de verdad quiere dejar de beber lo hace por sí mismo y no necesita «policías» que lo vigilen, sino más bien personas que le apoyen en ese mundo desconocido para ellos que se llama sobriedad y serenidad.

Sé que es muy complejo lo que estoy describiendo, pero el alcoholismo … es una enfermedad muy compleja.

Si los familiares de verdad queremos ayudar y apoyar a nuestro ser querido y este está haciendo un programa, hay que dejarle respirar y especialmente … darle tiempo.

¿Qué nos vuelve a engañar? Es posible, pero como más estemos con él más le allanaremos el camino de la recuperación.

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