Un desierto sin oasis

Introducirse en el terreno del alcohol es adentrarse en la lejanía, en medio de la nada, como si de un desierto se tratara, pero un desierto sin paradas, escapes, refugios, ni oasis.

Lo que empezó siendo algo de juerga y social acaba por convertirse en un aislamiento tan profundo que acabas hasta por aislarte a ti mismo.

Toso ese mundo tan bonito que te parecía empieza a diluirse en tu mente y comienzas a crear uno gris, muy diferente al que veías antes de enfermar o abusar. Un mundo tóxico donde convive el conflicto, la mentira, y el interés. Un mundo que no es que tengas, sino que lo necesitas, adaptarte a la manipulación y chanchulleo.

¿Cuando se enferma?-no se cansa de repetir la gente. Se enferma cuando ya no hay retorno. Cuando estás ahí, en medio de ese desierto y,mires por donde mires, sólo ves  desesperación, angustia, soledad

Además, ¡Qué patéticos somos los enfermos! Todos nos creemos únicos, especiales, capaces de controlar y por muy lejos que estemos yendo, jactarnos y presumir de que sabremos volver hacia atrás.

El alcohol es muy tramposo y el resultado final de tanta trampa se llama alcoholismo.

Está muy bien eso, de cara a la galería, de presumir, alardear y aparentar control y seguridad en cómo consumimos. Queda muy bien y da una sensación de seguridad falsa porque el alcohol no te avisa y se entrega a ti una, otra, y otra, y las veces que haga falta para cuando menos te lo esperes …eres tu el entregado y sometido.

Ese desierto del que hablo no es simplemente metafórico, sino una realidad que ocurre en millones de hogares donde cada día, por culpa de la botella, les desaparece alguien sin irse físicamente. ¿Cómo? Pues volviéndose alcohólico: Por muy presente que esté, siempre está ausente.

Y huelga decir a que me refiero al hablar de «oasis». Cuando desaparecen los oasis ( familiares o amigos que nos resuelven los problemas, nos apoyan económicamente, cómplices que nos tapan y ocultan nuestras conductas, etc   ) el camino se hace muy duro.