Solo, completamente solo.

La soledad, como mal menor.

Así acabamos todos los enfermos alcohólicos: solos. Algunos rodeados de gente o familia, pero no deja de ser una soledad en compañía.

Lo triste, como sucede siempre con esta enfermedad, es que nos imaginamos que no es así. Incluso presumimos de conocer mucha gente y tener muchas relaciones sociales. Y no hay que confundir relaciones sociales con reuniones de compinches.

Cualquier situación en la que compartamos con otros, suele haber un denominador común: La botella.

Como he dicho anteriormente, no son más que imaginaciones, fantasías o confabulaciones. No tenemos a nadie al lado. No porque no nos quieran o no lo hayan intentado por activa y pasiva, sino porque los hemos agotado, desgastado y alejado.

Al final, ya nadie no cree, nos toma en serio, nos presta atención. Nos convertimos en personas vulgares y ordinarias muy predecibles: de tanto repetir el mismo patrón (mentira, conflicto, excusa, manipulación, …) se nos ve venir de lejos.

Las personas a las que consideramos llamando amigos no son más que cómplices o camaradas de consumo que no dudarán en dejarnos tirados a la mínima. Los familiares que siguen ahí, junto a nosotros, suelen ser coodependientes que sienten compasión por nosotros a pesar de qué les hacemos la vida imposible.

No tengamos ninguna duda de nuestro destino:  soledad completa y abrumadora, inmensa de frustración y rencor.

Deja un comentario

Debes iniciar sesión para escribir un comentario.