Sin prisa pero sin pausa.
La prisa por recuperarse, por demostrar que podemos dejar de beber cuando queremos, que no estamos tan enfermos como nos decían, que esto es mucho más sencillo de lo qué nos hacían creer, es la auténtica trampa del alcohol.
Si decidimos dejar de consumir alcohol, siempre será por haber tenido consecuencias por ello. Por lo tanto, lo que en un principio nos puede parecer fácil, si hemos desarrollado una dependencia o una necesidad imperiosa de consumir, será mucho más complejo de lo que imaginamos.
No es mensaje para desmotivar, sino todo lo contrario: Para prepararnos y anticiparnos a un proceso lento y costoso evitando ser víctimas de la inmediatez para poder conseguir resultados.
La recuperación alcohólica (todo el proceso en sí: desintoxicación, deshabituación, rehabilitación y reinserción) es la única alternativa posible ante la enfermedad o el riesgo eminente de caer en ella.
Por esa razón, hay que tomarse este proceso con mucha cautela, lenta pero progresivamente, e ir avanzando y evolucionando hasta que desaparezca o se extinga esa necesidad de beber.
Durante este proceso habrá que eliminar muchas conductas aprendidas y reinventarse, resetearse o renacer, comenzando a hacer las cosas de otra manera muy diferente a como las hacíamos cuando bebíamos.
Aprender a vivir sin beber o pasar del no puedo beber al no quiero beber son los baremos que nos dicen cuando va bien la recuperación, cuando estamos en el buen camino, y la recuperación deja de ser un proceso temporal para convertirse en un modo de vivir.
Haciendo las cosas bien, despacio, con convicción, firmeza y compromiso, se sale de este infierno.
Vísteme despacio que tengo prisa