Siempre hay alguien a quien no le hace ninguna gracia

 

Bajo los efectos del alcohol. todo nos parece muy gracioso y despreocupado. Parece que el mundo se para mientras vamos colocados y puestos hasta las cejas y la alteración mental nos hace ver su punto cómico a todo. Estoy hablando evidentemente de una de las fases mas reconocidas del consumo y más deseadas:la fase de euforia, relajación, desinhibición, y tontería en general.

Son unas horas donde no nos importa nada. Nos sentimos sobreseguros y la imagen y autoconcepto que tenemos distorsionada por el consumo nos hace creernos los reyes del mambo.  Aparentamos ser personas muy alegres y divertidas, seguras de nosotros mismos, con un sentido del humor cínico y muchas veces rozando lo macabro. Incluso nos atrevemos con acciones y comentarios ingeniosos para entretener al público (a eso lo bauticé cómo el «payasismo crónico»). A veces somos tan divertidos y excepcionales que formamos parte del alma de la fiesta que se monta a nuestro alrededor entre  conducta expléndida, invitaciones, cánticos, recuerdos de batallas que muchos de ellas ni existieron, etc.

Pero cuando al «mono de feria de juguete» se le acaban las pilas (los efectos del consumo empiezan a actuar a la contra con bajón, embriaguez, melancolía, depresión, etc) dejando de tocar el tambor.

A todo eso, cuando la jornada parece tan especial, divertida, genial …siempre hay una persona a la que no le hace ninguna gracia: ¿Una madre, un padre, una pareja, un hermano, un amigo tal vez?

Esa persona no está para bromas, para reír las gracias, para que le digan lo divertido que es su familiar, para que le cuenten anécdotas graciosas,… Esa persona está para padecer, preocuparse, ayudar y evitar que tras la calma …venga la tempestad.

No es oro todo lo que reluce

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