Quien ama el peligro, perecerá en él.
«Quien ama el peligro, perecerá en él» Eclesiástico
El consumo puede que «nos aporte», pero el abuso o uso prolongado de él, siempre resta y acaba por destruirnos.
Nos empecinamos, obstinamos y aferramos a una falacia dejándonos sabotear por su apariencia y disfraz de gratificante o recompensa. El alcohol nos seduce, nos conquista … y acaba por atraparnos.
Al lograrlo, nuestra conducta inmediatamente pasa a manifestarse por la irresponsabilidad, temeridad, y falta de prudencia. Poco a poco pero sin pausa nos va transformando hasta que llega un punto en que ya ni recordamos como éramos antes de comenzar a beber.
El alcohol se hace el dueño y mentor de nuestro aprendizaje, y ello hace que al final, el resultado de nuestras acciones o situaciones sean consecuencia de esa sumisión a él.
Por mucho que socialmente se intente minimizar y normalizar, no lo subestimemos. Seamos capaces de huir de ese fuego en el que siempre metemos la mano y la sacamos, así sucesivamente una y otra vez. Porque quien juega con fuego … al final se quema.
No tentemos al peligro porque un día nos puede tocar. Las víctimas de esta plaga y enfermedad creciente llamada alcoholismo … no son siempre «los otros». Puede que alguna vez nos toque, y si así sucede, existe un riego difícil de sospesar a priori.
Con el alcohol, como en casi todo en la vida, no es como empieza, sino como acaba.