«¡ Puedo dejar de beber cuándo quiero!»

Sólo la expresión ya delata que no es cierto.

¿Por qué?

Porque alguien que precisamente no tiene problemas ni consecuencias por el consumo de alcohol, tampoco tiene la necesidad de pregonarlo o decirlo.

Quién bebe con moderación, esporádicamente y como complemento al ocio placentero no necesita justificarse. Por el contrario, aquél que su forma de consumir pone en alerta a los demás, necesita defenderse con frases tan estúpidas.

Esta misma frase es un desafío, una demostración absurda e inmadura de «tener el control», y siguiendo en el mismo contexto y la regla de tres anterior, el qué también necesita demostrar su poder y su control es porque ya ha sido avisado, advertido, reprochado o recriminado previamente y muy probable en muchas ocasiones, de no tenerlo.

El curso de esta enfermedad sigue siempre una misma tónica y dinámica: Cuando el beber es un consumo normal y responsable, huelgan las explicaciones gratuitas.

Sin embargo, cuando éste ya es de riesgo o roza la enfermedad, comienza el repertorio de una serie de justificaciones, excusas, mentiras, demostraciones y rollos patateros archi-repetidos para intentar convencer a los demás de que no es cierto, por lo tanto no necesita ayuda de nadie.

Es una enfermedad compleja, pero como más te adentras, más buceas, más tomas conciencia, … cada vez es más fácil ver un patrón de conducta que se repite en todos los alcohólicos por muy perfil o forma de consumir distinta que tengan.

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