… pasa en todas las familias.
No hay que preocuparse en absoluto por «el qué dirán» ni la opinión ajena cuando se tiene la desgracia de enfermar de alcoholismo o que lo haga algún allegado nuestro.
En la era del consumo que estamos viviendo, huir y escapar de la realidad se está convirtiendo en una gran alternativa ante el vacío cultural, espiritual y existencial que padecemos.
El alcohol es un «magnífico seductor» para convencernos y atraparnos. Nadie comienza a beber con la intención de enfermar, sino todo lo contrario; aliviarse.
Se nos presenta como la solución a los obstáculos y adversidades cotidianas a las que nos da miedo enfrentarnos. Lo tenemos tan a mano, tan social, legal, permitido y aceptado, que nadie cree que pueda ser en realidad tan perjudicial como se lo pintan.
La gran dificultad de esta enfermedad, más que padecerla es reconocerla y aceptarla. Existe una presión social asfixiante de ser «etiquetado» de alcohólico o drogadicto que nos hace resistirnos apelando a que «sólo» somos consumidores sociales.
La vergüenza, el miedo, la angustia, la tristeza en la qué nos sumimos, son emociones y sensaciones muy potentes que contradictoriamente, en lugar de motivarnos y darnos fuerzas para salir adelante, nos hunden todavía más.
Pero que nadie se sienta preocupado por el estigma social que representa el ser alcohólico y mucho menos que por eso mismo se convierta en un impedimento para darle solución, pedir ayuda, y buscar tratamiento, porque desgraciadamente eso ocurre a diario en todas las casas y familias.
Lamentablemente, … no tenemos la exclusividad.