Nunca pasa nada … hasta que pasa.
Esa es la gran máxima de un «mal» consumo.
Jiji, jaja, apología, desdramatización, normalización, frivolidad, anécdotas divertidas creadas desde la distorsión de la realidad, exaltación de los beneficios y gratificación de los efectos de las sustancias, comparación social (todo el mundo bebe, todos lo hacen,…), apelar a las modas y al arraigo de que es tradicional, social, cultural, de toda la vida,… Y así, vamos «in crescendo», aumentando, y diseñando una sociedad, cada día que pasa, más tocada del ala.
¿Intereses? ¡Supongo!
Esto se nos empieza a ir de las manos. Me es indiferente (perdón, lo diré en mi lenguaje: me la sopla) que se tache de exagerados o melodramáticos a todas las personas que luchan para poner freno, informar o concienciar, porque en el fondo, creo que nos quedamos cortos.
Una cosa es lo que se habla y otra muy diferente lo que está sucediendo por ahí, a pie de calle.
Al final …, ¡Lo de siempre! Sólo nos concienciamos o nos lo creemos cuando nos sucede en casa o nos roza de cerca.
De esta manera, es muy complicado crear una base para futuras generaciones que, sin prohibirles, al menos sepan y conozcan bien las verdaderas consecuencias del abuso, el consumo prolongado, o la pérdida de control.
Nada, la vida sigue igual: Nunca pasa nada … hasta que pasa.