» Yo nunca llegaré a este extremo …, ¿A mí? ¡No me pasará!
¡Cuan lamentable y penosa es la soberbia!
En la enfermedad del alcoholismo, cualquier actitud que no case con la humildad, es sinónimo de riesgo.
¿Somos arrogantes, soberbios, egocéntricos y vanidosos antes o después de ya beber mucho?
¡Uf, que preguntita!
Esta actitud de prepotencia, chulería, auto-suficiencia y un largo etc. que delata una altivez y soberbia desbordante son muy propias y manifiestas de la conducta alcohólica. Por lo tanto, saber cuándo nos convertimos en ese «personajillo» que va de sobrado, en qué momento de nuestra trayectoria de mal uso o abuso del consumo, resulta bastante complejo de determinar.
No sé cómo éramos antes de enfermar, pero sí sé y tengo muy claro que este patrón de conducta es un gran denominador común de todos los alcohólicos: Todos los que enfermamos, pasamos por la etapa del » ¡A mí no me pasará!»
Copa a copa, día a día, vamos creyéndonos cada vez más capaces de controlar y de llegar a creer que enfermar por beber … es una cosa que sólo pasa a los otros.
Cuando nos damos cuenta, suele ya ser demasiado tarde.
Queda muy bien eso del «consumo moderado y responsable» que nos venden los esloganes de los grandes creativos publicitariosl Incluso, cuando sobrepasamos los límites y perdemos el control, nunca lo atribuimos a la posibilidad de qué hayamos enfermado sino a otro causante: un despiste, un mal día, un «no había comido mucho», …
¡Sí, sí que os pasará! Os pasará como a todos los que un día pensamos así. Precisamente pensar, minimizar, subestimar el poder que tiene el alcohol de atraparnos, ya en sí es un síntoma encubierto de ser uno de los candidatos.