… no me he perdido nada; he ganado.

Es muy propio nuestro, de los enfermos alcohólicos, tener esa obsesión de que sin beber la vida va a ser un aburrimiento y ya no nos podremos divertir nunca más o pasarlo bien si dejamos el alcohol.

Nos decimos una y otra vez: «Aprenderé a beber, aprenderé a controlar» porque nos negamos y resistimos tremendamente a ponernos en tratamiento.

Sólo la idea de la recuperación, que automáticamente asociamos a no volver a beber nunca más, ya nos da pánico.

Intentaremos por todos los medios evitarla.

Esta sensación también la relacionamos con la cantidad de cosas que nos vamos a perder de la vida si no consumimos o salimos a socializar sin el «refuerzo» del alcohol.

Recuerdo que una de las frases más tontas y absurdas cuando bebía, era el día en que no iba a un evento, fiesta o acontecimiento social, al día siguiente me lo contaban con una gran carga de comicidad y resaltándome «¡ Lo qué te perdiste ayer por no venir. Cómo reímos!»

Cuando comencé la recuperación abandonando los consumos, debo reconocer que esa frase se repetía en mi cabeza una y otra vez como si estuviera negociando y cuestionándome si en realidad hacía bien en dejar de beber. Tardé un tiempo en comprender que era una trampa que mi mente alcohólica, aunque ya estuviera desintoxicado, me jugaba.

Hoy, años después, puedo decir y afirmar con convicción y rotundidad que cuando dejas el alcohol porque estás enfermo … ¡No te pierdes absolutamente nada bueno! Al contrario, sólo ganas. Ganas en tranquilidad y sosiego, en bienestar, en recuperar relaciones sinceras y la confianza de los demás. Ganas en autoestima, en credibilidad, en crecimiento personal, … en vida.

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