No le eches la culpa al mundo, ¡echásela a la botella!

No pretendamos justificar nuestra condición y calidad de vida por haber abusado o consumido prolongadamente durante años, a otras causas que no son las que son.

Reconocer quién es el culpable es uno más de esa reducida serie de valores a los que llamamos «pasos de gigantes» para la recuperación. Eso se llama honestidad con uno mismo.

Cuando estamos enfermos buscamos algo o alguien a quién atribuirle nuestra frustración e impotencia por no saber salir del pozo en que nos encontramos: a la vida, al mundo, a la mala suerte, a la falta de ayuda o comprensión, a la sociedad o el sistema, … a lo que sea.

Siempre viviendo en la queja, en la compasión, en la comparación, en mala fortuna y falta de oportunidades. Resulta cansina la misma canción.

Esa falta de aceptación y reconocimiento de que estamos enfermos se debe principalmente a que no creemos que una botella nos haya podido tumbar y hacer besar la lona. Nos resistimos a pensar que es el alcohol el culpable, amparando y comparándonos en que todo el mundo bebe y no les pasa lo mismo que a nosotros.

En primer lugar, … no sabemos lo que les pasa a las otros . Además, lo que les pase es su problema. En el mundo del alcohol y las drogas nada es lo que parece: todos vivimos de la apariencia.

Tal vez no seamos culpables completamente de haber enfermado de alcoholismo (por desconocimiento, ignorancia o falta de información de las consecuencias a las que estábamos condenados), pero sí debemos ser responsables de nuestra recuperación. Ahí ya no hay excusa: eres tú quién decide.

Dejemos al mundo en paz y no le echemos más nuestra mierda y frustración y… pongámonos a trabajar para solucionarlo.

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