No hay «inmunes» al alcoholismo.

Ese complejo de dios, superioridad, de «a mí por mucho que beba no me pasará», de control total y de autosuficiencia. Esa arrogancia, esa tremenda prepotencia,  esa actitud soberbia e irrespetuosa con la posibilidad de poder enfermar de alcoholismo si somos consumidores … forma parte de la propia enfermedad.

Ni ningún enfermo alcohólico pensaba que algún día lo sería.

Todos creímos tener esa sensación de control y dominación.

Las primeras copas, vienen con trampa.

Que vivimos en una sociedad alcohólica … no tengo ninguna duda. Que en el propio aprendizaje y desarrollo ya desde jóvenes tenemos una asignatura que se llama «ponerse hasta las cejas para divertirse», tampoco. Pero que a pesar de tenerlo todo en contra e incluso los mensajes de los medios y de éxito vienen empapados de alcohol y consumo dándoles un toque de glamour haciendo apología, me demuestra y ratifica la ausencia de conciencia respecto a esta enfermedad.

Desde mi humilde morada y pequeño rinconcito de esta página que está a punto de cumplir 7 años ininterrumpidos escribiendo sobre esta problemática, insistir una vez más de una evidencia que negamos u obviamos porque no nos interesa saber la verdad:

¡Nadie es inmune a los efectos del alcohol!

Cualquiera que sea consumidor … puede contraer la enfermedad. A veces sólo es necesario un simple desencadenante, y otras la misma rutina y desidia que nos produce la angustia del vivir. Pero cuando estalla, estalla.

No frivolicemos, no nos jactemos, no pensemos que eso es «una enfermedad de tirados y borrachos», porque el alcohol alcanza a todas las esferas, niveles culturales, razas, géneros, edades y todo lo que se ponga por delante.

Procuremos ser humildes y no perder nunca esta perspectiva.

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