Esto no es empieza,sino como acaba.
El único cuento que encaja en la recuperación alcohólica es el de la tortuga y la liebre.
No hay que desfondarse.
No hay que desfondarse perdiendo la fuerza, energía o el ánimo de las ganas en algo que se han puesto para terminar algo que ya hemos iniciado.
No se trata sólo de luchar, sino de sanar.
Siempre afirmo en mis charlas que un alcohólico rehabilitado no pasa por un proceso, sino por dos: El proceso de enfermar, el proceso de recuperarse.
En uno nos educamos y aprendemos a vivir con la botella. En el otro a hacerlo sin ella.
Esa asociación gratificante y de bienestar que nos queda tan impregnada por los años de consumo, es muy compleja de extinguir y eliminarla. Al enfermar nuestra mente no es que piense sólo en alcohol sino que se ha vuelto totalmente alcohólica y no piensa en nada que no sea consumir.
Los alcohólicos vivimos para y por el consumo. No nos importa nada más que eso. No nos importan los daños colaterales, arruinar nuestra vida, diseñar un futuro, cambiar, ni recuperarnos.
Una de las reflexiones que más me dolió fue cuando me sinceré conmigo y fui consciente de que era más fácil seguir bebiendo que dejarlo.
Antes de comenzar, ya me había rendido.
La recuperación alcohólica se forma a partir de muchas fases y experiencias desconocidas u olvidadas como son las sensaciones y emociones.
Todas las que vivíamos antes eran falsas porque estaban adulteradas por los efectos del alcohol y hacían que permanecieran anestesiadas.
Re-aprender a vivir sin alcohol … asusta. Entramos en lo desconocido. al principio lo cogemos con mucho brío y fuerza porque el cambio es espectacular (física y conductualmente). La gente de alrededor nos premia con sus halagos y eso nos hace volver a engañar otra vez más incluso cuando ya no bebemos y hacemos todo bien y correcto.
Nos creemos esos «aplausos» y nos confiamos, pero la temporalidad hace que poco a poco esos ánimos externo vayan desvaneciéndose y desapareciendo porque lo normalizan.
Ahí es donde debe aparecer «nuestra tortuga»: No tener prisa ni desanimarse, seguir siendo perseverantes, estar firmes y convencidos, y no rendirse.
¿Para qué tener prisa si la recuperación es para nosotros, no para los demás?
Y, continuando con el cuento, nos falta la liebre. ¿Dónde está la liebre qué tanto corría y se apresuraba por llegar?
La liebre probablemente se haya quedado en algún bar del recorrido.