¿Por qué no cumplimos con lo que tantas veces hemos jurado o prometido?

Las personas que conviven y padecen esta situación, familiares y seres queridos que siempre han sido estafados con el clásico del alcoholismo: «No volveré a beber más o esta vez es la última», desesperan tanto que ya ni se enfadan; se decepcionan.

No es una, ni dos, ni diez …, son casi infinitas las veces que los enfermos, para aliviarnos de la presión y el condicionamiento que sufrimos, prometemos, juramos, y damos falsas expectativas de solucionarlo.

Obviamente, no lo cumplimos.

¿Por qué?

No voy a dar, ni tan siquiera la tengo, una respuesta-solución mágica del porqué, pero sí puedo anticipar el origen de esta conducta repetitiva tan característica de quiénes la llevamos a cabo:

Lo hacemos porque somos enfermos

¿Parece simple, verdad? Pues lo es, ¡Es simple y práctico!

Lo complejo (todo tiene truco, y más en el alcoholismo) es que para llegar a este razonamiento, primero hay que aceptar y reconocerlo, y por supuesto ningún alcohólico se quiere considerar enfermo.

Por eso, el saber porqué lo hacemos es sencillo, pero lo complicado es que él que lo hace sepa por qué lo hace.

Voy a cambiarme de bando en la reflexión: Cómo enfermo alcohólico ofrecí casi tres décadas de resistencia a reconocerme como enfermo con una necesidad imperiosa de consumir tal que era capaz de anteponer una botella a las personas que más amaba. Siempre pensé que si todo el mundo bebía, ¿Por qué yo no podía aprender a hacerlo?. Cuando se me insinuaba que esto se me había escapado de las manos, contraatacaba con agresividad, desprecio y ofensa. Alegaba (justificaba y me excusaba en realidad porque no había nada que alegar ni argumentar) que tenía un problema de alcohol pero que era temporal o pasajero y que «algún» día ya lo solucionaría.

Una de mis mayores armas de defensa era compararme y abanderar que el consumo de alcohol era normal, legal, social, tradicional, permitido, y cultural.

Los argumentos no eran falsos, la forma en que yo los exponía, sí.

Sí porque yo no bebía «normal», yo estaba enfermo y no era capaz de darme cuenta por muchas advertencias, reproches, y consecuencias que había padecido a lo largo de tantos años.

Las falsas promesas, los «no lo volveré a hacer más», los juramentos de mentira, y las excusas … desaparecieron al tomar conciencia de que estaba enfermo, necesitaba ayuda, y debía ponerme en tratamiento.

Por lo mismo que a mí me paso, pasa a muchos otros más (la mayoría): Que no cumplimos lo que prometemos no por falta de buena intención, sino por enfermedad y necesidad.

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