Nadie merece soportar una carga tan grande como la culpa.

Y esa carga, la culpa, cuando ya no sólo bebemos alcohol sino que «somos» puro alcohol, que sin darnos cuenta hemos diseñado una vida en torno a él, que lo necesitamos consumir y dependemos, que nos acompaña en todos los vagones llamados días, es un lastre muy difícil de arrastrar.

La culpa, la vergüenza, la frustración e ira con nosotros mismos, el remordimiento y arrepentimiento continuo, el malestar y la angustia vital en general, la desgana y desilusión, la desmotivación, la soledad en compañía, la rendición.

Esa es la herencia que nos deja el exceso, el abuso o el consumo prolongado.

Lo que comenzó como una diversión y un placer de la vida, ha acabado por ser nuestras cadenas que frenan nuestro vivir limitándolo a un simple existir o subsistir.

¡No vale la pena! El alcohol no merece que paguemos un precio tan alto.

Si tenemos problemas de consumo, busquemos un destello de lucidez en esas tinieblas y salgamos del modo que sea, porque nadie merece llevar una carga tan insostenible.

Tal vez nuestra vida ya no vuelva a ser la misma y no cumplamos muchas metas de esas que tantas y tantas veces planeamos antes de enfermar, pero al menos, tengamos la vida que sea, desde la sobriedad y serenidad una vez que nos recuperemos, … toda esa mierda que nos invade cada mañana al despertar, acabará por desaparecer y retornarnos lo más importante que existe: el bienestar y la paz con nosotros mismos.

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