Los alcohólicos no tenemos hogar, tenemos casa.

 

Es tanta la necesidad de estar siempre alternando, bebiendo, buscando compañía , ambientes, y similares que evitamos a toda costa estar en casa excepto para lo básico: comer y dormir (la mona, normalmente)

Huimos de las responsabilidades, evitamos la comunicación, nos auto-aislamos adrede de los seres queridos para poder seguir haciendo lo que rige nuestra vida;la necesidad de  beber alcohol

El concepto «hogar» lo desconocemos. Si alguna vez lo tuvimos, ya nos encargamos a base de copas, disgustos, y conflictos de desestructurar y desmontarlo.

No es compatible vivir y beber a la vez. Tener un hogar significa mucho de lo primero. Un hogar es sinónimo de calidez, armonía, crecimiento conjunto, evolución y progreso, superación,…

A los enfermos alcohólicos todo eso, no nos va. Nos va lo contrario. el ruido, el jolgorio, el conflicto, la desestabilización y desorganización.

Una vez que pasamos de bebedores a enfermos … ya estamos de más en un hogar. Lenta pero progresivamente empezará la huida y el viaje a ninguna parte: frecuentar lugares ajenos a nuestras características y estilo de vida, rodearse de compañeros de fatiga y cómplices de consumo, dar vueltas todo el día sin rumbo en busca de una copa que nos de el efecto ese que ya no conseguimos ni tan siquiera con grandes cantidades, etc.

Empieza la cuesta abajo: No abandonamos la casa pero sí el hogar.

Empezamos a dar prioridad a insignificancias, a victimizar y compadecernos, a magnificar, a delegar las responsabilidades en aquellas personas que hemos implicado en nuestra propia enfermedad (los familiares codependientes).

El destino de un alcohólico que no quiere recuperarse es estar errante y dedicar el resto de su vida a dos únicas cosas: Existir y beber