La tristeza nos invade por el vacío que nos produce el dejar el alcohol
¡Tristeza!, esa es la palabra para describir la sensación que tenemos todos los alcohólicos.
«Me falta algo, me encuentro desubicado, no me siento bien, creo que no encajo, no sé que hacer sin beber, no imagino ni visualizo un futuro donde al menos me pueda tomar una copa, …»
Este vacío que nos queda al abandonar al alcohol y las atribuciones dispersas que hacemos en esa primera etapa no es más que un anclaje muy característico de todos los que padecemos esta enfermedad.
En primer lugar, para contextualizar, tenemos que recordar siempre que nuestro aprendizaje y la mayoría de experiencias vitales han sido bajo los efectos del alcohol. Hemos recurrido a él de forma tan abusiva y exagerada durante décadas y procesos emocionales que han acontecido a lo largo de ellas, que al faltarnos (ponernos en tratamiento y recuperación), nos convertimos en unos auténticos desconocidos.
Desconocidos no sólo para los demás, sino para nosotros mismos.
Yo no sabía quién era cuando dejé de beber: No me conocía para nada. No sabía gestionar el tiempo, las emociones, las relaciones con y para los demás, mis limitaciones y capacidades, … no sabía nada.
El efecto engañoso del alcohol me había guiado por la vida con falacias y fantasías. Continuamente haciendo trampas, saboteando mi bienestar, prostituyendo mi personalidad, vendiéndome por un par de copas.
Esa tristeza es normal en un enfermo alcohólico al inicio de su tratamiento, pero con una buena base en la rehabilitación y recuperación, va desapareciendo para dar paso a la alegría de vivir.
Por eso, siempre insisto en que para mí, dejar de beber no es abstenerse sino aprender a vivir de nuevo sin necesidad de ningún efecto artificial y siendo yo mismo, con mis cosas buenas y malas.
Cuando reaprendemos esta situación, … podemos comenzar a hablar de recuperación.
La vida es bella, hermosa, maravillosa sin necesidad de distorsionarla. Y si en realidad no es así, lo importante es que sepamos mirarla de esta manera.