La enfermedad del alma
» Si uno no es capaz de quererse a sí mismo, será difícil que pueda querer a los demás»
Cuando hablo de desagradecimiento, nunca lo hago en la enfermedad activa sino en la recuperación. Porque mientras estamos consumiendo y atrapados en esa espiral de autodestrucción a la que nos lleva la necesidad imperiosa de beber, beber, y beber, cualquier actitud ofensiva, injustificada, soez, incómoda, y desagradecimiento incluido no dejan de ser más que consecuencias.
Es complejo vencer una enfermedad que nos ataca por los dos frentes más importantes: el interno (el propio enfermo y su resistencia a aceptar y reconocer la enfermedad) y el externo (la «normalización» del consumo y la presión social en minimizarlo y subestimarlo sin querer ver las verdaderas consecuencias).
Si a eso le añadimos la ignorancia generalizada respecto a la enfermedad, formamos un combinado perfecto para evitar los tratamientos y la recuperación.
Como nunca entro en debate y mi estilo de hablar sobre el alcoholismo es con metáforas y analogías, me parece muy acertado afirmar que el alcoholismo es la enfermedad del alma.
Buscamos causantes, factores o desencadenantes físicos y psico-sociales para justificar por qué bebemos de tal manera o por qué necesitamos hacerlo. pero en realidad, cualquiera de ellos, siempre tendrá un denominador común: el vacío vital.
Un vacío que nos lleva a la falta de autoestima, la carencia de ilusiones y motivaciones, y a una desgana generalizada de vivir. Muy probablemente sea un vacío más allá de poderse explicarse con lo racional.
Entonces en el alcohol encontramos el «refugio perfecto», nuestra salvación a todos nuestros males, temores y miedos. Él acalla nuestra conciencia, nos da permiso para atrevernos a hacer o ser lo que nunca seríamos, a «disfrutar» de breves espacios temporales de sensación de bienestar, a creer en una tranquilidad artificial.
No subestimemos el poder del alcohol: no tiene amigos ni seres queridos. Es muy posesivo y cuando te atrapa, te quiere sólo para él. Es la pócima perfecta para no querer vivir y simplemente dedicarse a existir. Es la auténtica enfermedad del alma.