El gran problema está en qué siempre buscamos la recompensa inmediata.

No sé muy bien si es la generación, el sistema, la cultura y sociedad que nos ha tocado vivir, no sólo estos años sino en las últimas décadas, en la que trabajamos con la ley del mínimo esfuerzo y nos olvidamos de valores como la perseverancia, la paciencia, constancia o tenacidad pretendiendo obtener a cualquier acción, meta o expectativa, resultados rápidos e inmediatos.

El alcohol se nos presenta como la «pócima mágica» para no afrontar los fracasos, las decepciones y frustraciones, o la misma tensión que implica el existir y ser, en esta sociedad tan asfixiante.

«¿Qué estoy preocupado? Pues bebo hasta que se me vaya la preocupación

¿Que estoy ansioso? Pues bebo hasta que se me vaya la ansiedad

¿Qué tengo miedo? Pues bebo  e inmediatamente me siento más valiente

¿Qué tengo poca autoestima o no me gusto? Pues bebo y se me va esa mala sensación.

¿Qué me cuesta relacionarme, soy tímido, o tengo dificultades de afrontamiento? Pues bebo y enseguida soy el rey del mambo

… , y así podría continuar días escribiendo.»

No buscamos el placer del consumo, sino que idolatramos los efectos del alcohol. Y eso, son dos conceptos tan distintos que pueden marcar la diferencia entre bebedor y alcohólico.

La vía rápida, los atajos, las recompensas sin sacrificio … suelen ser malas compañeras para formar una personalidad firme y sólida. Si además, nos refugiamos en el alcohol para conseguirlas, … mucho peor.

Dejar de beber y recuperarse implica muchas cosas pero ante todo, una muy especial: afrontar la vida «sin anestesias» y afrontar la vida desde la sobriedad con lo bueno y lo malo.

¿Resultados inmediatos? Eso es para los que no están dispuestos a luchar, a crecer personalmente, a superarse y esforzarse para mejorar.

Por supuesto, el alcohol no entra para nada en esta perspectiva de vida. Si algo puede hacer, es empeorar y arruinar más cualquier proyecto vital o ilusión.

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