¡Qué fácil se ve todo con una copa de más!
Los alcohólicos no buscamos el placer de beber, buscamos el efecto que este nos produce.
Esta es la primera y más importante premisa para entender nuestro comportamiento.
Especialmente ese efecto desinhibidor, ese efecto que nos hace ser quiénes en realmente no somos o nos da miedo ser.
Con una copa en la mano … nos sentimos seguros, decididos, valientes, atrevidos, osados, canallas, fuertes, divertidos, sabios.
Somos capaces de arreglar cualquier problema con cuatro tragos. Eso sí, sólo temporalmente mientras nos dure la borrachera.
Nos volvemos eruditos de cualquier materia. Nos atrevemos a dar consejos a los demás por doquier. Nos convertimos en grandes «asesores» de cualquier tema ofreciendo soluciones que percibimos como sencillas y relativamente accesibles. Somos unos campeones.
Ahora, ese vigor, entusiasmo y firmeza que predicamos y pregoneamos ocurre sólo bajo los efectos del alcohol. Después (el famoso día después), la transformación que experimentamos nos convierte en todo lo contrario: abrumados y avergonzados por nuestro descaro y compromiso adquirido de lo qué hemos hecho, dicho, o pensado.
Esto funcionaba así hace miles de años, sigue funcionando del mismo modo, y … seguirá haciéndolo. Las personas no nos enganchamos al alcohol para socializar o mantener relaciones interpersonales, ni tampoco para vivir en el «placer eterno», ni mucho menos por ocio o distracción de nuestra situación diaria porque cuando enfermamos, ya estamos distraídos (mejor intoxicados y anestesiados) permanentemente.
Nos enganchamos al efecto. A ese efecto que nos quita la cobardía, la inseguridad y el miedo, y nos insufla una dosis elevada de esa autoestima que tanto carecemos.
Por esa razón exclusivamente lo vemos todo tan fácil y sencillo con un par de copas. Ir a buscar otros motivos puede que sea positivo para experimentar o para ahondar en el estudio científico, pero de momento … ¡Esto es lo que hay!