¡Es que todo me sale mal, tengo muy mala suerte ….!

Como táctica y estrategia, el quejarnos y compadecernos es un recurso muy «nuestro», de los alcohólicos. Es sencillo echar la culpa al mundo, a los demás, a las circunstancias, a lo que sea, con tal de no aceptar nuestra frustración o incapacidad de afrontar lo más cotidiano. Pero también es cierto que cuando enfermamos, todo nos sale mal.

¿Cómo no nos va a ir todo mal si no hacemos nada para remediarlo y nuestra actitud es pura predisposición a ello?

Al enfermar te vas apagando. Vas perdiendo la energía, el dinamismo, valor, vitalidad, fuerza, ilusión … Te vuelves sedentario, pasivo, te vas aislando encerrándote en una botella cada vez más. Limitas tu entorno a unos metros cuadrados (del sofá al bar o al super para comprar la dosis). Pierdes toda capacidad de gestión y resolución de problemas y adversidades, te haces dependiente de los demás, te vas rindiendo cada día un poco más cediendo copa tras copa hasta que acabas por arrojar la toalla.

Cuando tiene un proyecto, no es un proyecto sino una fantasía efímera y pasajera. no tienes constancia, paciencia para esforzarte. Quieres recoger la cosecha incluso antes de sembrar. Sueñas despierto pero intoxicado, y eso es muy malo y difícil de llevar: hacer planes cuando vas colocado para ni siquiera acordarte, al día siguiente, ni de lo que querías emprender.

¿Y la ilusión? ¿Qué ilusión? Si una persona enferma de alcohol es una persona vencida, rendida y derrotada. El desencanto se apodera de ti y eso se traduce en una angustia vital imparable (cada mañana que te despiertas estás peor que el día anterior).

Puede que sea cierto que todo nos salga mal porque el alcohol nos tiene atrapados y maneja las riendas de nuestra vida, pero más lo es que si seguimos consumiendo la cosa empeorará más todavía.

Antes de querer solucionar nuestra vida de un plumazo y estar «esperando» un golpe de suerte, mejor pongámonos en tratamiento y dejemos de beber. después ya veremos que se soluciona o que no.