De encantador a ogro en cuatro copas
Una cosa es lo que vemos y otra muy distinta lo que pasa en realidad.
Los alcohólicos hemos sido entrenados para desarrollar unas «ciertas» habilidades sociales que nos hacen aparentar ser encantadores (por norma, encantadores de serpientes) y caer bien a casi todo el mundo.
Nos sustentamos y sobrevivimos en el submundo del consumo gracias a la aprobación ajena, haciendo para ello lo que sea necesario e interpretando el papel que los demás quieren: siempre atentos, juerguistas, simpáticos, con gran verborrea, entusiastas, divertidos, dispuestos a ayudar aunque sólo sea de boquilla, etc.
La realidad es otra muy distinta. Esas personas «tan divertidas y sociales» cuando están a solas o en casa y dejan de interpretar, apareciendo su verdadero «yo», la cosa cambia: Apáticos, sedentarios, dejados, malhumorados, deprimidos, amargados, y lo que es peor, culpando al entorno más cercano (la familia) de su frustración y derrota vital..
Es muy característica esta situación cuando el alcoholismo asoma. La persona enferma, fuera de su ambiente de consumo es todo lo opuesto. Puede incluso convertirse en un auténtico ogro: ofensivo e insultante, cruel, venenoso y despiadado, maltratador psicológico y anulador con sus amenazas, chantajes emocionales, y sus comportamientos déspotas y autoritarios.
En ocasiones, su dominio es infligir el terror y pánico en el hogar porque se ve acorralado y continuamente reprochado o recriminado ya sea verbal o gestualmente.
¡Nada es lo que parece!
No nos fiemos de las apariencias. El alcohol, cuando ataca no sólo hiere sino que asola y arrasa.
Si tuviera que elegir cualquier hogar para vivir o simplemente convivir, elegiría cualquiera menos el de un alcohólico.