El vacío alcohólico
El vacío alcohólico no puede describirse con un significado meramente literal: no es un simple hueco que nos deja la botella o sus «encantadores» efectos tras los que fuimos buscando media vida.
Hay mucho más. Se necesitarían muchas metáforas para aproximarse a una definición más o menos apropiada.
Es un vacío vital
Cuando dejamos de beber por haber enfermado implica dejar muchos años de consumo y de aprendizaje con él.
Nos encontramos como niños perdidos ante el mundo: desubicados, descolocados, desencajados.
Todo lo aprendimos e hicimos bebiendo y bajo el efecto de la intoxicación y de repente, es como si aterrizásemos en otro planeta donde todo nos parece nuevo y nos cuesta mucho asimilar.
No conocemos la vida real, conocemos una vida que nos inventamos y fantaseamos yendo intoxicados.
El vacío no es sólo por no beber alcohol sino porque sin beberlo tenemos la sensación de que estamos desnudos y desprotegidos.
Soy muy crítico a la hora de diferenciar entre abstinencia y recuperación, y pasen los años que pasen, siempre me mantendré en la convicción y firmeza de que no hay sólo que dejar de beber sino aprender a vivir sin necesidad de hacerlo.
Un enfermo en rehabilitación es una persona completamente nueva y distinta. Su vida ya no es manejada ni recibe órdenes de una mente «adulterada». Ahora, es la propia persona quién debe reconstruirse, tomar decisiones, sentir y contemplar nuevas sensaciones y percepciones, y especialmente comprender que eso no se lo enseñará nadie si él mismo no está dispuesto.
¡Hay que priorizar! Hay que vencer ese vacío de soledad, tristeza, aislamiento y auto-compasión con nuevas expectativas, retos, metas e ilusiones.
Recordemos que dejar de beber es una actitud «mecánica», pero hacerlo con ganas y el afán de superarse para volverse a sentirse feliz, tras muchos años de anestesia, es mucho más que una sustitución con otra ocupación. Es crecer y evolucionar