El efecto depresor a largo plazo del alcohol

No me refiero al concepto «depresión» exclusivamente desde el punto de vista científico patológico, sino al «efecto» desgaste, desilusión, desmotivación, desidia, desencanto, y muchos más «des…».

Hablo a largo plazo y no sólo en enfermos sino también en bebedores habituales, de larga trayectoria, y con consumo prolongado.

Pero hay que significar también, ya que hablamos de «depresor» que la sociedad tiende a asociar el consumo de alcohol como algo eufórico e incluso estimulante (que te da marcha y activa) cuando en realidad esa fase sólo es en el inicio, junto a la desinhibición (en las primeras horas) que nos da esa falsa percepción de seguridad, diversión, y despreocupación. Evidentemente los efectos posteriores van decreciendo hasta llegar a la intoxicación total, pasando por cansancio y fatiga, descoordinación, visión borrosa, somnolencia, habla pastosa, etc.

Volviendo al tema del titular, una persona que lleva muchos años bebiendo aunque no descontrole ni abuse, va lentamente entrando en una espiral de dejadez, falta de dinamismo o sedentarismo, desilusión, etc y tal vez, aunque no pueda atribuirlo al consumo en sí, probablemente sea la causa porque el alcohol, la factura que al final siempre pasa (enfermes o no) es la de robarte tiempo de tu vida que, a medida que avanzas en edad consideras cada vez más valioso, y conduciéndote a su terreno en el que predomina la pereza, la falta de ganas y motivación, la apatía, y la frustración.

Este, como muchos que voy poniendo a diario, es uno más de los daños colaterales o indirectos que la habituación al consumo nos proporciona.

En resumen, por mucho que creamos que «gracias» al alcohol pasamos muy buenos ratos y momentos extraordinarios durante la vida, si hacemos balance y buscamos motivos por los cuales dejamos de hacer muchas cosas, la culpa … fue suya.