Deberíamos vernos con los ojos de los demás.

Si pudiéramos observarnos desde afuera, como actuamos y nos comportamos, como somos en realidad cuando vamos bebidos, que impresión tan desagradable damos, cuanto incomodamos y molestamos, como nos evitan e incluso rechazan,… seguramente reaccionaríamos con más antelación.

Uno, cuando va bebido no se ve, se lo cuentan. Incluso así no nos lo creemos. Pensamos que están exagerando, que no es posible que fuéramos de esa o de la otra manera porque nosotros durante ese tiempo de intoxicación no nos vimos en ningún momento así.

Esa distorsión de la percepción de la realidad por los efectos del alcohol lo único que hace es retrasar nuestra decisión, en un principio de reducir o moderar consumos (cuando no hemos enfermado) y posteriormente la recuperación (Cuando sí ya lo hemos hecho)

¿Cómo somos más o menos cuándo vamos bebidos?  ¡Patéticos! : Somos pesados, cargamos, descordinamos, repetimos las cosas una y otra vez, solicitamos atención insistiendo, agarrando del brazo, con frases tipo «me escuchas, me entiendes, me comprendes…», ofendemos, nos creemos con el derecho de juzgar, hablamos con voz pastosa en la que a veces es casi imposible entendernos, hacemos de montaña rusa emocional (ahora te quiero,ahora te odio), sacamos nuestra frustración, nos comportamos con soberbia, orgullo, prepotencia… En fin, somos inaguantables.

Somos de tal manera que si nos viéramos con los ojos de los demás, a más de uno se le quitaría las ganas de arrastrarse por una botella.

Entonces, ¿Por qué continuamos haciéndolo? -esa es la pregunta que la gente no enferma no comprende- Lo seguimos haciendo porque al enfermar hemos desarrollado una necesidad imperiosa de consumir que, a pesar de las consecuencias y múltiples inconvenientes, preferimos estar en ese estado tan lamentable que soportar nuestra propia existencia

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