De consumir a consumirse

 

En parte todos los que un día empezamos a beber, enfermos o no, nos gustó el alcohol no por el sabor de la sustancia en sí, sino por el efecto y la sensación que nos producía.

Pero eso es simple y llanamente lo único que tenemos en común los enfermos y los bebedores de alcohol; los inicios.

Después, copa a copa, trago a trago, botella a botella, … se van creando dos universos muy diferentes: En uno, el que consume normal, por placer, por alternar y además siempre lo hace con prudencia, responsabilidad y control, el alcohol es «algo» más que está ahí, en sus vidas, pero no le trae consecuencias.

El otro universo, «el nuestro», el de los enfermos alcohólicos … no tiene en absoluto nada que ver:

Ya no es consumir, es consumirse.

Creyéndote que lo tienes todo controlado y en cualquier momento puedes decidir cuando se acaba ese infierno, te está sucediendo exactamente lo opuesto: Todo se va desmoronando, cada vez nos aislamos más, cada vez es más difícil, la dejadez física y psicológica nos inunda, nos acelera el proceso de degeneración como personas (empezamos perdiendo algunos valores, principios y educación para acabar perdiendo la dignidad, la autoestima, y la personalidad).

Nos desmenuza. Ante un espejo apenas reconocemos quiénes fuimos antes de caer en ese infierno del alcohol.

Nos mina las fuerzas, nos debilita, nos deja para al arrastre.

A pesar de ello, de esa autodestrucción masiva, nos hace la trampa en nuestra mente del autoengaño: Lo vamos viendo pero no somos capaces de reconocerlo. El resultado de esa trampa, la «auténtica trampa del alcohol», es seguir pensando que a nosotros no nos va a pasar nada ni acabaremos mal porque seguimos pensando, incluso en lo más profundo del abismo, que seguimos controlando.

¿Acaso no es eso una grave enfermedad’