Cuando todos empiezan a apartarse de ti.

Comienzas siendo el alma de la fiesta para convertirte en la ausencia. Al principio eres quién animas todos los saraos, quién organiza, y al que consideran el más divertido. De divertido pasas a simpático, de simpático pasas a pesado, de pesado a cansino, de cansino a insoportable, y de insoportable a ni siquiera quererte ver o contar con tu presencia.

» ¿Qué viene fulanito …, entonces yo no vengo» o » No lo llaméis poniendo una excusa si luego os lo recrimina o os dice algo»- así acaba la trayectoria de esa persona que fuiste y que copa tras copa te abandonaste, dejaste, y hundiste hasta el punto de que todos evitan tu presencia para no sentirse incómodo, cuando ya te has convertido en enfermo alcohólico.

Dejas de hacer gracia, tus comentarios se vuelven desafortunados e inapropiados, tus comportamientos rozan la paranoia, tu conducta ordinaria y maleducada, tu ego se distorsiona y te elevas por el efecto del alcohol por encima de todo el mundo criticando y juzgando cada paso y movimiento que los demás dan o hacen.

Los alcohólicos nos compadecemos, nos recreamos en que nos han abandonado, y nos hacemos la víctima, cuando en realidad somos nosotros mismos los que apartamos a la gente y nos aislamos porque queremos compartir «nuestros momentos» con la botella, y estando a lado de la gente que nos quiere, eso no podemos hacerlo con la libertad y comodidad enfermiza que pretendemos.

Nadie nos abandona. Nos aislamos nosotros mismos.