Cuando pedir perdón ya no es suficiente …

No tengo ninguna duda de que cuando los alcohólicos pedimos perdón es porque estamos muy arrepentidos, dolidos, tenemos mucho remordimiento, y sufrimos por cómo nos hemos comportado bajo los efectos del alcohol.

Pero tampoco la tengo cuando afirmo que «el pedir perdón» de un enfermo tiene menos valor que los billetes del Monopoly.

Ese perdón no es sincero ni real, es pasajero y de alivio. Buscamos qué nos perdonen nuestros actos para sentirnos momentáneamente mejor pero nuestra enfermedad nos tiene esclavizados y, todas esas cosas tan bonitas y dulces que dijimos, prometimos, o juramos … se desvanecerán en las próximas copas.

El perdón, la credibilidad, los valores y dignidad, cuando están empapados de alcohol no tienen validez.

Los enfermos sufrimos mucho, y con ese sufrimiento arrastramos y hacemos sufrir a los qué nos quieren y viven nuestra enfermedad. Así sucede durante años o décadas. Es una situación límite y agotadora. Al comienzo, siempre tenemos un argumento, un motivo, un «algo» para justificar las consecuencias. pero con el tiempo, todo eso se convierte y engloba en un solo concepto, excusas.

El desgaste y la tortura de constantemente hacer lo mismo, de prometer lo mismo, de augurar un cambio que nunca llega, … acaba con todos los sueños, ilusiones, y esperanzas de que eso suceda.

No se trata de pedir perdón. No se trata de demostrar que somos buenas personas y que no era nuestra intención. No se trata de palabras, palabras, y más palabras. Se trata de hechos.

Pidiendo ayuda, dejándose ayudar, poniéndonos en tratamiento, recuperándonos, … no hará falta pedir más perdón porque nuestra conducta y comportamiento no lo necesitará. y con el tiempo, haciendo las cosas bien y mucho trabajo, todo aquello que algún día nos dejamos en la barra de un bar o dentro de una botella, como la credibilidad, respeto, o autoestima, ¡Regresará!

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