Cuando bebes para olvidar los problemas estás comenzando a apretar el detonador.
Hace unos años, la excusa masiva en la asistencia de solicitud de ayuda para dejar el alcohol era la crisis o la economía, después fue el vacío existencial, posteriormente las rupturas o conflictos sentimentales, hoy la falta de afecto o lo relacionado con las carencias emocionales, mañana … algo nos inventaremos.
Los problemas no se olvidan, se afrontan. Excusas para beber hay mil, motivos ninguno.
Ese bebo para olvidar es un argumento muy pobre y un recurso cobarde.
Primeramente, el alcohol no «hace olvidar». Olvidas unas horas o un día, pero como un buen oleaje, la resaca que produce la ola al romper y regresar al mar, viene con más fuerza y virulencia hasta el punto de qué depende como haya sido puede llegar a arrastrarte de retorno.
El alcohol lo que hace es alimentar tus fantasías y crear brevemente temporal unas ilusiones para engañarte durante un tiempo, al sentirte desinhibido y despreocupado. Pero luego … no tiene piedad. Y ese problema que querías borrar, te aparece a la vuelta de la esquina mucho más grande y magnificado.
Mientras, al estar anestesiado y buscando soluciones (falacias en las expectativas para resolverlo) no has podido crear estrategias reales, y ese problema que ni has olvidado ni has solucionado por mucho alcohol que hayas consumido te genera una ansiedad tan grande que necesitas más alcohol para iniciar el círculo vicioso de retorno al consumo.
Al final acabamos con este bucle: Tengo un problema – bebo y no lo resuelvo porque voy bebido y no pienso – el problema no desaparece, se hace más grande – tengo ansiedad porque cada vez es peor – vuelvo a beber para volver a olvidar – despierto con más ansiedad y otro problema consecuencia del primero- vuelvo a beber …
No seamos tan ingenuos de beber para olvidar. Olvidémonos de beber.