Con cada copa nace una lágrima muy cerca.
Como alcohólico y la experiencia de vivir y ver cada día los dos procesos de aquél que quiere recuperarse (el consumo y la rehabilitación), ya no me queda duda que tratamos con la enfermedad más emocional que pueda existir.
No se trata de hacer comparaciones porque nunca hay una enfermedad similar más mala o más buena, porque todas suelen ser muy malas. Pero en lo que se refiere a destructiva, no existe otra como el alcoholismo o las drogas en general.
Destructiva por sus efectos colaterales. Arrasadora y asoladora. ¡Brutal!
Cuando hablo con un enfermo o intento ayudarle, nunca veo su cara sino la de sus familiares. Me vienen imágenes de rostros desencajados y golpeados por tanto sufrimiento, drama, padecer y angustia. Rostros que hablan por sí solos, que delatan, que gritan: ¡No podemos más!
La insistencia en que conozcamos bien esta enfermedad es precisamente porque la sociedad o desconoce o no quiere ver la realidad que implica.
No es sólo el enfermo quien sufre, sino todos los que viven, conviven y le aman.
Por otra parte, los enfermos disponemos de muchos recursos para hacer un programa de recuperación, pero los familiares no.
El alcoholismo es una enfermedad colectiva. cuando cae uno … cae el resto. Si en lugar de ver lo que queremos y nos interesa ver cuando la gente está abusando del consumo y trasmite una idea de juerga, diversión y fiesta, viéramos la realidad, esa realidad del familiar esperando angustiando y llorando por la agónica incertidumbre de la situación, todo cambiaría bastante.
No os fiéis, el alcoholismo es muy traidor: Hoy lo vemos fuera, mañana toca a nuestra puerta.