Convertir un defecto en una virtud.

Esa es la actitud positiva y optimista que hay que adoptar ante la adversidad cuando la enfermedad del alcoholismo nos ha derrotado.

Ponerse en tratamiento y aceptar lo que nos ha sucedido por haber enfermado. Entenderlo, comprenderlo, asumirlo, y … reaccionar con una recuperación alcohólica que nos convierta en mejores personas, aprovechando no sólo la abstinencia sino el crecimiento personal, la reflexión, e introspección que vamos a experimentar durante el proceso.

Ningún alcohólico quiere dejar de beber porque entonces … no sería alcohólico. No queremos dejar de beber por el hecho de placer o diversión sino por la necesidad imperiosa de consumir que padecemos.

Una vez comenzada esa nueva etapa de recuperación y siguiendo las fases pautadas por el orden que corresponden (desintoxicación, deshabituación, y reinserción), debemos emprenderlas con ilusión y mucha fuerza. Aprovechar ese momento mágico que nos da la vida de aprender a vivir y gestionar nuestra propia vida sin depender de una sustancia o un efecto.

El resultado es la sobriedad, y la sobriedad nos lleva a una serenidad y perspectiva muy real y viva de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.

Tomarse la recuperación como un castigo o una condena es una actitud muy negativa. ¡Hay que ser optimista, positivo, e ilusionarse! Debemos creer y creernos que tras la tormenta llegará la calma. Que aunque al principio nos resulte duro y dificultoso, la recompensa que obtendremos por aprender a vivir sin beber es la mejor experiencia que nos pasará en la vida.

Debemos aprovecharnos de esos momentos de cambio vital para crecer, para recuperar la autoestima, la dignidad, los principios y valores,y volver a ser esa persona que fuimos antes de rendirnos a la botella.

La metamorfosis es clara: De un capullo nos tenemos que convertir en una hermosa mariposa.

La vida es demasiado maravillosa para pasarla encerrados en una botella.