Convencido, no convertido.

Dejar de consumir y ponerse en recuperación no es una conversión, es una convicción.

Las convicciones actualmente carecen de valor por lo efímeras en que se convierten y con lo fácil que con el tiempo se abandonan u olvidan.

En un caso de alcoholismo, todo toma otra sentido. Da igual que estemos en el s XXI y el hombre llegue a Marte o la tecnología sea muy avanzada, que las industrias farmacológicas avancen en sus investigaciones o que los especialistas se consideren «más» especialistas porque sin ánimo de joder, la vida sigue igual … o peor.

El alcoholismo es una enfermedad del alma. Una enfermedad donde convergen todos (y más) los trastornos emocionales, que deteriora los cognitivos y destroza las relaciones sociales e interpersonales.

Una enfermedad que te ataca por todos los costados: Física, psicológica y socialmente.

Es cierto que muchas personas se rehabilitan y salen de este infierno, pero también lo es que muchas no lo consiguen e incluso ni siquiera llegan a tratarse o reconocerse enfermos porque la presión social y del propio entorno se lo impide.

Por eso, siempre lo tengo claro y me mantengo firme: dejar de beber no es convertirse (pasar de ser un bebedor a ser una persona sin beber) porque no tiene sentido cuando entra en juego una necesidad tan fuerte como es la de consumir creada por la propia enfermedad.

Dejar de beber es … ¡Convencerse! Convencerse que nuestro enemigo no hay que ir a buscarlo allende, que no está por ahí, que no son los demás, ni la vida, ni el sistema, ni nadie más que nosotros mismos y la forma y educación con la que damos culto al alcohol y a las drogas como «único sistema de recompensa».

Si eres capaz de convencerte sin que nadie te imponga, fuerce o presione, de esta circunstancia, seguro que tienes más de media recuperación realizada.

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