Bebedor, intoxicado, alcohólico, alcoholizado, …
Al ser el consumo de alcohol una situación normalizada y con una gran mayoría social, las definiciones en torno al beber, se confunden.
Un bebedor de alcohol no tiene porque ser alcohólico.
Un intoxicado no tiene por qué ser enfermo ni bebedor habitual o dependiente.
Un alcohólico no tiene por qué mostrar síntomas de ebriedad permanente ni tener que beber cada día o perder el control por ello.
Un alcoholizado es una persona enferma de alcoholismo que siempre está bajo los efectos del alcohol.
Estas definiciones son simples y básicas pero pueden servir para ampliar nuestra perspectiva de lo que gira en torno al consumo.
Cuando alguien va borracho está intoxicado, pero ese estado no tiene por qué ser la conducta obligada de una persona enferma ( en general, cualquier bebedor ha sufrido algún episodio de consumo con abuso o se ha excedido de su «cupo», llegando a la ebriedad). Por eso, el haberse emborrachado no clasifica al consumidor de enfermo alcohólico sino de sobrepasarse en un momento puntual.
Eso no quita que las consecuencias puedan ser las mismas o similares (accidentes, comportamientos impropios o inadecuados, alteración, pérdida de control, …)
Un bebedor, aunque beba con frecuencia pero lo hace de manera moderada y nunca se suele exceder y no tiene consecuencias por ello, no tiene por qué estar enfermo de alcoholismo.
Un alcohólico puede mantenerse en abstinencia forzada (condicionada) o voluntariamente pero su mente está deseando y necesitando el consumo.
Un alcohólico rehabilitado, sin embargo, ha trabajado y se ha entrenado para hacer desaparecer esa necesidad, y cuando aparece el deseo tiene suficientes herramientas y estrategias para anular esa idea.
Una persona alcoholizada se caracteriza más por su rendición y no aceptación de la enfermedad, amarrándose al consumo constante como escape o evitación para no tener que afrontar su realidad o no pensar en ella. Hay conductas muy propias y manifiestas como la dejadez, el abandono, y la poca importancia que le da a la opinión ajena (le importa ya muy poco todo lo que no sea beber)
Luego están los bebedores de riesgo: esos que están «dando el salto» entre bebedores y alcohólicos (circulan por la autopista que conduce a la enfermedad)
Pero de todas las posibles definiciones, etiquetas o «categorías» que podamos atribuir o clasificar, siempre hay que estar pendiente con la qué más peligrosa resulta por saberse camuflar ya adaptarse: el enfermo alcohólico.
Éste no necesita tener una apariencia de alcoholizado. Su tolerancia le permite poder beber con frecuencia y mucha cantidad sin mostrar claros signos de ebriedad.
La dependencia, los abusos y pérdidas de control no necesariamente se muestran enseguida o en la primera fase de enfermar, sino que hasta que no pasa un tiempo y la necesidad imperiosa de consumir se ancla, puede disimular e incluso evitar conductas características de la enfermedad.
En resumen, lo que nos debe preocupar de una persona consumidora no es su etiqueta sino el motivo por el que bebe. ¿Lo hace por necesidad o busca el efecto incesantemente? Ese ya es un síntoma muy alarmante. la fase en la que se encuentre da igual, porque si ahora todavía no parece preocupante, con el tiempo lo será.