Si hay algo que demostrar, precisamente es que no hay nada que demostrar
Ya basta de diseñar nuestra vida en base a la de los demás. Trabajar constantemente en aparentar, en demostrar, en hacer ver qué somos estupendos y todo nos va bien. Dedicar más tiempo y desgaste a lo que los demás esperan de nosotros que lo que verdaderamente necesitamos.
Los alcohólicos somos enfermos con el alma contaminada y el pensamiento distorsionado.
Padecemos una enfermedad que va mucho más allá del hecho de dejar de beber y permanecer en la abstinencia.
No necesitamos sólo tranquilizar el ambiente, arreglar rotos, conformar y satisfacer expectativas sobre nosotros. Necesitamos algo mucho más profundo: Volver a vivir.
El querer demostrar qué podemos dejar de beber cuando queremos, qué somos capaces de controlar, que no estamos tan enfermos … suelen ser síntomas que delatan todo lo contrario.
El consumidor que no tiene ni problemas ni consecuencias, … no necesita hacer nada de todo eso.
Nosotros, los enfermos, lo hacemos porque en realidad negamos la enfermedad, no la aceptamos ni la asumimos. Eso nos deriva en una necesidad de demostrar control para acallar las críticas, recriminaciones y reproches que por nuestra conducta hemos recibido durante mucho tiempo.
Quién de verdad quiere recuperarse y salir del maldito y bastardo infierno del alcohol … no dice, ¡Hace!
Por eso, la mejor demostración de intención es comenzar a trabajar en el tratamiento sin mirar hacia atrás, sin rencor, sin resentimiento, y sin pretensión de convencer a nadie.
En definitiva, hay mucho que hacer y poco que demostrar. Más bien el concepto adecuado sería «transmitir».