Al borde del abismo
Me gusta emplear mucho la siguiente metáfora para relatar muy gráficamente como es ese «ascenso», ese camino tan complejo para la sociedad en general a la hora de diferenciar entre bebedor o enfermo.
Previamente, entre el bebedor normal responsable y el enfermo existe una figura muy relevante y la qué se da escasa importancia: el bebedor de riesgo.
Bien, la analogía nos describirá mejor esa figura.
«Cuando uno se inicia en el consumo y aprende a asociar los efectos de él como algo gratificante, el bebedor va por una zona llana y muy ancha en la que suele caminar recto excepto cuando abusa y va zigzagueando con algún pequeño riesgo de caerse en tierra firme.
A medida que «normaliza» y avanza esa trayectoria en la cual el consumo ya comienza a convertirse en una forma de vivir, el camino comienza a hacerse cuesta arriba y a coger altura. Este ya no es tan ancho, sino que para poder escalar esa inicial colina que posteriormente se convertirá en una gran montaña, se reduce y tiene una distancia menor y se estrecha.
Como más vamos subiendo (bebiendo, en este caso) más altura tomamos y el riesgo de una caída o un tropiezo adquiere cada vez más gravedad.
A medida que vamos enfermando, no nos hemos dado cuenta y ya estamos a una altura más que considerable. De tal modo que ese sendero ancho se ha reducido a un camino muy, pero que muy estrecho y vertiginoso.
Llega un momento en el que un tropiezo significa la tragedia: cada vez más altos y menos espacio para caminar.
En la fase final y más grave de la enfermedad, ya caminamos sobre el espacio máximo para nuestros pasos: cualquier incidente hace que nos caigamos.
Entonces es cuando debemos plantearnos ¿Voy a caminar así el resto de mi vida? ¿Siempre en ascenso, con más vértigo, y con la inseguridad e incertidumbre?
Cuando ante esta pregunta retórica decimos ¡No! puede significar que hemos escogido recuperarnos y ponernos en tratamiento.
Si así fuere, éste no nos va a garantizar un camino seguro y confortable, pero al menos, a medida que avancemos … volveremos a ensancharlo. Y cada paso que demos, la pendiente ira inclinándose hasta ponerse recta. El margen de espacio para caminar será cada vez más grande y poco a poco volveremos a andar con normalidad y en terreno firme.
¿Si somos alcohólicos pero nos hemos rehabilitado? No pasa nada. No tiene por qué haber ningún problema: caminaremos como todo el mundo pero siempre sabremos que existe a un lado un abismo el cual sólo nos acercaremos e incluso podemos caer si volvemos a beber»