Aceptar es una cosa, asumir otra muy diferente.

Si no te crees enfermo, nunca podrás recuperarte.

Esa una máxima que sentencia, pero probablemente es la más real que exista.

Siempre insistimos que el paso más grande que pueda existir para salir del infierno del alcohol es reconocer y aceptar que tenemos un problema y necesitamos ayuda. Independiente por la «vía» que se llegue a esta conclusión (por coacción, condicionamiento, problemas judiciales o económicos, accidentes y dramas varios, y todas las posibles consecuencias por el consumo que nos hagan reaccionar).

Pero una vez aceptado el problema o enfermedad, hay que asumirla.

Asumir ya implica unas responsabilidades y un mejor conocimiento de uno mismo para no perder nunca la referencia de su propia realidad.

Los enfermos alcohólicos somos enfermos alcohólicos para toda la vida. Es una enfermedad crónica e irreversible, le duela a quién le duela. Se puede cuestionar lo que uno quiera esta afirmación, pero la experiencia ha demostrado con suficiencia que así es.

Por lo tanto, si al llevar un tiempo o unos años sin beber ya te consideras curado o «menos» alcohólico que los demás, pierdes la referencia de tu propia enfermedad y ya planea la trampa muy propia del alcoholismo de pensar: » A lo mejor ya he aprendido a controlar o ahora que han pasado unos años, ya sabré beber …» por muy bien que hicieras tu programa, por mucho que hayas reconducido tu vida y cambiado casi todos los aspectos negativos que tanto te hundieron en la miseria mientras consumías, al final volverás al mismo punto o peor.

Antes, me despertaba cada mañana pensando. ¡Qué bien, sigo sin beber!. Ahora, con los años he cambiado el discurso y me digo: ¡No te olvides quién y qué eres, de dónde vienes, y lo mal que lo pasaste!

Ahora … acepto, reconozco y asumo muy bien mi enfermedad. Esa es muchas veces la pequeña diferencia que puede producir grandes consecuencias.

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